A review by faunodecetimmolare
Panza de burro by Andrea Abreu

challenging dark emotional sad tense fast-paced
  • Plot- or character-driven? Character
  • Flaws of characters a main focus? Yes

4.5

Ha sido una lectura incómoda, nerviosa y terriblemente desgarradora en algunos puntos. Como le he escrito a la amiga que me lo recomendó: de un realismo potente. O, lo que es lo mismo, terrible de lo tremenda que es. 
 
En retrospectiva, era obvio que iba a acabar mal. Uno (una) no escribe únicamente sobre el despertar sexual e identitario que es la prepubescencia sin terminar con una revelación final, algo que marque el fin de ese estado liminal (que no es más que el comienzo de otro espacio temporal mucho más alargado, mucho más ambiguo, ergo más liminal aún). Y también estaba más o menos claro que iba a acabar en muerte, porque la muerte es una de esas realidades que se materializan y rodeas su imagen con tus dedos a partir de esa edad. Eres lo suficientemente grande como para que la gente grande que conozcas sea ya anciana y esté a un suspiro o de perder la cabeza o de morirse. 
Comienza ominoso, y por un momento, cuando aún no has confirmado la edad de la narradora, piensas que quizá vaya a ir de bulimia, de los horrores del convertirse-en-mujer, de las relaciones homoeróticas entre dos amigas que viven aisladas del mundo. Va de eso, claro, de la envidia y el enamoramiento que siente la protagonista por Isora. Va de dos niñas que en sus juegos son siempre mayores, pero siempre pegadas la una a la otra (como un “pack de yogures”). La narración tiene sabor de muerte, pero porque la presencia de las abuelas, las tías solteras, las viejas del barrio, las que compran en la venta, son la imagen de fondo al desarrollo de la historia. Aunque las protagonistas sean niñas-a-punto-de-dejar-de-ser-niñas, las viejas dan forma al mundo interno de estas: la Chela, tan chupada, tan amargada, con sus dietas perennes, sus manía por la delgadez que contagia a las chicas, o la abuela, tan perceptora y nutricia, pero igual de alejada, incapaz de entender lo que le ocurre a su nieta. Viven rodeadas de viejas y hablan como viejas, pero sin la experiencia de viejas. 
Qué crudo, no el lenguaje, sino la vivencia, la niñez. Qué crudo y qué real cada escena, metáfora de pensamiento unida a lo obsceno y cotidiano. La metáfora que rompe la idealización romántica y traduce la realidad a términos que la entendamos. Y un final abrupto en el que no se menciona la muerte, porque lo que no se nombra no existe, porque de esta forma aún sobrevive el último verano prepúber de las dos niñas.

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