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A review by helenagonzalezx2
El verano sin hombres by Siri Hustvedt
5.0
He subrayado algo en casi cada página, pero he leído este pasaje muchas veces. No sé si por lo sobrio de la descripción, alejada de una idealización automática, puede que simplemente porque es un pasaje bonito.
"La pareja crece y cambia, y uno está tan acostumbrado a la presencia del otro que la vista deja de ser el sentido más importante. Si me despertaba un día y Boris no estaba a mi lado en la cama, usaba el oído para distinguir cuándo tiraba de la cadena del retrete o llenaba la tetera con agua. Sentía el tacto de sus duros huesos cuando ponía mis manos para saludarle en silencio mientras él leía el periódico antes de ir a trabajar en el laboratorio. No le miraba la cara ni el resto del cuerpo; me bastaba sentir que estaba allí, oler su presencia en la oscuridad de la noche. El olor de su cuerpo tibio formaba ya parte del dormitorio, y cuando teníamos nuestras conversaciones, que a menudo se alargaban hasta las tantas de la noche, yo solo atendía a sus frases, alerta a las inflexiones que hacía entre un pensamiento y otro. Me concentraba en el contenido de sus ideas mientras se iban decantando en mi mente y las intercalaba en el diálogo feroz que manteníamos algunas veces, aunque las menos. Raramente me detenía para fijarme en él. Hubo veces, después de hacer lo que teníamos que hacer, que me fijaba en su delgado y pálido cuerpo desnudo cuando se levantaba de la cama, en su barriga redonda, en la pierna izquierda con aquella vena varicosa azul y en sus pies bien formados. Pero no siempre me fijaba en él. La mía no era una ceguera voluntaria ante una nueva atracción, sino la que surge con la intimidad forjada a lo largo de años de vidas paralelas, con sus laceraciones y sus bálsamos".
"La pareja crece y cambia, y uno está tan acostumbrado a la presencia del otro que la vista deja de ser el sentido más importante. Si me despertaba un día y Boris no estaba a mi lado en la cama, usaba el oído para distinguir cuándo tiraba de la cadena del retrete o llenaba la tetera con agua. Sentía el tacto de sus duros huesos cuando ponía mis manos para saludarle en silencio mientras él leía el periódico antes de ir a trabajar en el laboratorio. No le miraba la cara ni el resto del cuerpo; me bastaba sentir que estaba allí, oler su presencia en la oscuridad de la noche. El olor de su cuerpo tibio formaba ya parte del dormitorio, y cuando teníamos nuestras conversaciones, que a menudo se alargaban hasta las tantas de la noche, yo solo atendía a sus frases, alerta a las inflexiones que hacía entre un pensamiento y otro. Me concentraba en el contenido de sus ideas mientras se iban decantando en mi mente y las intercalaba en el diálogo feroz que manteníamos algunas veces, aunque las menos. Raramente me detenía para fijarme en él. Hubo veces, después de hacer lo que teníamos que hacer, que me fijaba en su delgado y pálido cuerpo desnudo cuando se levantaba de la cama, en su barriga redonda, en la pierna izquierda con aquella vena varicosa azul y en sus pies bien formados. Pero no siempre me fijaba en él. La mía no era una ceguera voluntaria ante una nueva atracción, sino la que surge con la intimidad forjada a lo largo de años de vidas paralelas, con sus laceraciones y sus bálsamos".