A review by carlajuanbeneyto
Altazor / Temblor del cielo by Vicente Huidobro

5.0

Cuando escucho una pieza de jazz, siento que su intérprete me está guiando por un sendero hipnótico en el que las formas se van desdibujando hasta llegar al cenit de la improvisación: al principio me ofrece melodías recordables que se sustentan sobre una base armónica estable, y luego, paulatinamente, siento que esa melodía se va difuminando, que la base se diluye poco a poco y que los pentagramas se van encaracolando, se retuercen y adquieren formas inusitadas para ofrecernos el espectáculo final, con el que nuestra alma queda temblequeando y sentimos algo similar a lo que Stendhal saliendo de Santa Croce allá por 1817. Ese estallido de improvisación, que se erige en colofón de cualquier obra de jazz, podría ser concebido como un cataclismo alejado del orden inicial de la pieza, y sin embargo, es lo que le confiere sentido a la totalidad, es el último peldaño de la escalinata que conduce al intérprete a la cumbre artística, y sin ese estallido no podríamos comprender la obra en su conjunto. Este mi parecer podría ser trasladado fácilmente a lo que sentí cuando leí Altazor. Sentí la obra culmen de Vicente Huidobro como un trance de improvisación jazzística, un trance en el que las siluetas de lo lógico se fueron desvaneciendo hasta dejar que las palabras brotaran como las notas musicales, compeliéndonos a dejar a un lado los métodos de lectura habituales y exhortándonos a ingresar, de la mano del poeta aviador, en un mundo de nuevos significantes para nuevos significados.

Altazor o el viaje en paracaídas es, superficialmente, un largo poema narrativo o épico-lírico dividido en un prefacio y siete cantos. Sin embargo, basta acercarnos a él para constatar que es mucho más: es una proclama por la nueva poesía, es una obra que ejerce de charnela entre la metapoesía o juego verbal y la metafísica o la cristalización de la vanguardia más filosófica. En este viaje alegórico al que nos invita Altazor-Huidobro, conviven la jitanjáfora y la glosolalia con el aforismo filosófico, la vanguardia más lúdica con la más agónica, haciendo de su conjunto, no solo la más acendrada muestra del creacionismo, sino también la más acrisolada síntesis del vanguardismo literario, especialmente si tenemos en cuenta que su creación se extendió desde 1919 hasta 1930. Aunque de su lectura se derivan diferentes interpretaciones, es algo mayor lo que une a todo aquel que lea la obra, y es que es un texto tan admirable como desconcertante. Tal es su encanto y el desafío que propone al lector.

Altazor no es, a mi parecer, literatura para todos los públicos. Este poema es el flagrante arquetipo del artepurismo y la voluntad de iconoclasia y ruptura que caracterizó a las vanguardias. Es una composición que se rige por sus leyes propias, una obra pretendidamente impopular, dirigida únicamente a una minoría dotada de la sensibilidad artística suficiente para poder ingresar en el mundo por el que el poeta aviador viaja con su paracaídas. Aunque mis primeros contactos con Altazor tuvieron lugar desde un cierto recelo, por el enorme respeto que la obra despertaba en mí, puedo decir que, una vez leído, siento que es una de esas pocas obras que te hacen crecer como lectora. Y es que Altazor no permite medias tintas, Altazor te compele a inmiscuirte de lleno en su mundo, a involucrarte profundamente como lectora y a enzarzarte en cada uno de sus versos. Hay que leerlo, porque hay que pensarlo, pensarlo hasta que la llama de su calado metafísico y metapoético nos alumbre, aunque solo sea por un instante.

Altazor me ha desconcertado y me ha maravillado a partes iguales. La poesía siempre ha sido un género al que me he acercado con cierto retraimiento por las dificultades que considero que entraña. Es por ello que los poetas que hacen florecer sus versos con aparente sencillez y pretenden hacer llegar sus poesías a cualquier tipo de lector son los más especiales para mí, pues desde siempre me han hecho sentir que la poesía también es para mí y han logrado que enflaquezca mi temor por no entender aquello que los versos quieren transmitir. En las estanterías de mi alma hay muchos versos de Mario Benedetti, de Miguel Hernández o de Antonio Machado, y ahora estoy haciendo un hueco también para el que es uno de mis mayores descubrimientos de este año: César Vallejo. Cuando leo los versos de estos poetas, siento que esa es la verdadera grandeza de la poesía: saber llegar a los rincones más recónditos de nuestro espíritu sin necesidad de utilizar tropos encriptados o de reflexionar sobre cuestiones que rayan en lo abstracto. La verdadera magia de esta poesía es que sabe convertir el asunto más cotidiano en una obra de arte, dando así lugar a una poesía atemporal por lo universalizable y ecuménico de los sentimientos que trata. Esto, sin duda alguna, se opone a la poesía artepurista y elitista de la que es paradigma Altazor. No voy a engañar a nadie, para mí ha sido un auténtico reto leer y tratar de comprender esta obra, un reto en el que las sensaciones de euforia y disforia se iban sucediendo como si de las dos directrices presentistas del vanguardismo se tratasen. No obstante, considero que, una vez leída, es una obra que te hace crecer como lectora y te sumerge de lleno en el mundo de las vanguardias. Altazor es una obra capital en tanto que catalizadora de todo el espíritu de vanguardia y síntesis de los diversos movimientos que durante la época se gestaron. Sin su propuesta y su puesta en práctica por un arte libérrimo y desasido de la sujeción a poéticas rígidas, hoy no podríamos deleitarnos en la exuberante variedad literaria que llena las páginas de los libros. Altazor es, en suma, una experiencia literaria que, así como cambió el rumbo de la literatura en su momento, transformará nuestros hábitos lectores para siempre. Es, al fin y al cabo, una muestra singular e inimitable del formidable arte que es y ha sido siempre la literatura. Si no existieran estas obras para llenar nuestro espíritu y para tratar de entender el de todo aquel que nos rodea, “¿qué sería del universo?”